Cuando el futuro nos alcance: Cómo influyó la tecnología en los medios de lucha libre

 I
The times they are a-changin’

 

Hace cinco años se anunció que el cantante y compositor Bob Dylan será el primer rockero en convertirse en miembro de la Academia de Artes y Letras de los Estados Unidos, una institución que, en materia de música, sólo había aceptado a representantes de la música orquestal –lo que hoy se conoce con el oximorónico título de “música clásica contemporánea”—entre ellos, Dominick Argento y John Adams (autor de la ópera Nixon in China). Aunque eso no fue muy sonado, sí lo fue la noticia dada tres años después, cuando Dylan fue nombrado receptor del Premio Nobel de Literatura.

Esto viene a colación porque hace poco recordaba una de las obras más conocidas de Bob Dylan: The times they are a-changin’, arquetipo del género de protesta:

Come gather ‘round people
wherever you roam
and admit that the waters
around you have grown…

Esto es, Reúnanse, gente /dondequiera que están / y admitan que las aguas / han crecido a su alrededor.

The times they are a-changin’ (Los tiempos están cambiando) es una melancólica expresión de los cambios que se estaban generando en los Estados Unidos durante los años sesentas, principalmente en el ámbito de los derechos civiles. La condición de inevitabilidad de tales reformas se ponía de manifiesto en el hecho de que el resquebrajamiento de las instituciones estaba alcanzando sus puntos más altos. Apenas un mes después de que la canción fuera grabada, era asesinado el presidente Kennedy.

En la época actual también puede sentirse un ambiente de cambio, pero esta vez no impulsado por ideologías, sino por la tecnología. Después de los ochentas y los noventas, un par de décadas apaciguadas, llegó el siglo XXI, y el futuro nos alcanzó. La juventud actual (específicamente los menores de veinte años) no conoció o no recuerda cómo era la vida en el siglo pasado. Y si bien suena a cliché (cada generación recuerda como edad dorada la de su infancia y adolescencia), la verdad es que los cambios que, en materia tecnológica, se vivieron en años recientes fueron impresionantes. Los viejos televisores dieron paso a las pantallas de alta definición. De los videocasetes pasamos brevemente por los DVD y casi nada por los Blu Ray, antes de llegar a Netflix. Los salones de videojuegos desaparecieron, pues ahora cualquier consola es capaz de presentar mejores gráficas y sonido. Los viejos juegos de dichos salones, antes montados en enormes placas llenas de circuitos y procesadores, ahora pueden ser reproducidos en un teléfono móvil o ser almacenados por miles en una minúscula tarjeta Micro SD.

Y precisamente los móviles, en especial el iPhone, se volvieron herramientas innecesariamente indispensables para sobrevivir un día en la ciudad: Para contar los pasos en una caminata, localizar restaurantes, comprar los boletos para el cine, enviar correos electrónicos o consultar las redes sociales.

En esas redes sociales germinaron verdaderos submundos. En especial en dos de ellas: Facebook y Twitter (esta última, técnicamente no es una red social, sino un sistema de microblogging, pero para el caso es lo mismo).

En los primeros años de Internet, su alcance era limitado. Pocos lo veían como una herramienta de real utilidad, a excepción de estudiantes y profesionistas. Ahora es parte de la vida cotidiana, y ha acelerado un cambio que, desde hace más de veinte años, se sabía, no podría ser evitado. 

II
Génesis tecnológico

La gestación de la actual era de SÚPER LUCHAS comenzó hace quince años, cuando ingresé a la primera versión de esta revista, fundada por don Leopoldo Meraz como continuación de Espectacular: El mundo de la lucha libre. Aquí pecaré un poco al escribir de mí, pues siempre he considerado que las crónicas no deben ser narradas en primera persona. Incluso hace algunos años, en una plática con el doctor Alfonso Morales, el tema salió a la luz cuando él mencionó a quienes escriben de esa manera:

— No me gusta esa sección porque él escribe en primera persona… Meraz, ¿cuándo escribió en primera persona?

— Nunca, al igual que don Fernando Gómez Arias.

— ¡Claro! ¡Don Fer! ¡Ésa era cultura!… La gente quiere leer en las crónicas: “El Místico luchó ante un llenazo y ganó con unas patadas voladoras espectaculares, bla, bla, bla”… ¡Víbrame con lo que estás escribiendo! No me digas “le mando saludos a Fulano de tal”, porque eso vale m… Yo empecé a escribir con Meraz en SÚPER LUCHAS, me llevaba muy bien con él y de él aprendí muchas cosas.

Hecha la aclaración, y siguiendo con esa remembranza, hace menos de veinte años hacer una revista de lucha libre era aún una labor artesanal. Algunos ya comenzaban a armar páginas en computadora, pero la fotografía seguía siendo tomada con cámaras mecánicas. Y no había de otra, pues las cámaras digitales aún no contaban con la resolución que requiere una publicación impresa.

Quienes recuerden los últimos años de la vieja SÚPER LUCHAS, recordarán que el diseño no importaba realmente: Tipografía sencilla sobre layouts básicos. Sólo las portadas las realizaba el equipo de diseño en el área de preprensa.

Como ya mencioné antes, los ochenta y los noventa fueron décadas, en cierta forma, perdidas. Los avances tecnológicos ya existían, pero eran frenados para no dañar intereses. La compañía Eastman Kodak inventó la fotografía digital en los setentas, pero prefirió no desarrollarla porque temían que las cámaras digitales destruyeran la base de su negocio, que era la de fabricación de rollos fotográficos y revelado de los mismos. ¿Fue un error? Ustedes dirán, pues en 2012, ya con el mercado tradicional desplazado por las cámaras digitales, Kodak tuvo que declararse en bancarrota.

Otro ejemplo en el cual el progreso ha sido frenado podría ser el de Edwin H. Armstrong, quien desarrolló la banda FM en los años treinta, pero la compañía RCA hizo todo lo que estuvo a su alcance para evitar que Armstrong tuviera éxito, pues su negocio era fabricar radios en AM. Pasaron cuarenta años antes de que la frecuencia modulada se volviera el estándar de calidad.

Y en la industria editorial mexicana (específicamente en el mercado de las revistas de lucha), ¿cuál era ese freno? Era simplemente la falta visión a futuro, no explotar la nueva tecnología. Está bien entregar textos hechos en máquina de escribir, ¿pero por qué hacerlo obligatorio cuando era más sencillo llevar un archivo de texto, el cual, de paso, le ahorraba trabajo al capturista?

En aquellos días, debido a que estudiaba la Licenciatura en Historia en la ENEP Acatlán (hoy FES Acatlán), en vez de llevar una máquina de escribir para todos lados, preferí adquirir una especie de mini computadora, una palmtop PC, modelo 320LX, de Hewlett Packard. Ahí escribía mis textos durante los descansos entre clases. Aun no entiendo por qué las palmtops no se volvieron el modelo a seguir, pues eran funcionales y sencillas (sin disco duro, la información se grababa en una pila de reloj), además de ser más rápidas que una laptop convencional y más prácticas que una palm (gracias a su teclado).

Con el paso del tiempo, incluí mi correo electrónico en mis textos, con lo que podía intercambiar opiniones con lectores. Así conocí a Milton Eloir López, quien más tarde sería colaborador de SÚPER LUCHAS. Hace poco, el exótico revelación de AAA, Mamba, me dijo que cuando era un joven aficionado, me mandó sus comentarios a Zona Internacional, y salieron publicados.

El tiempo pasaba, y mientras los cambios se sucedían, las revistas parecían ignorarlos. ¿Se trataba quizá de mimetizar la suerte de sociedad secreta que representa la lucha libre? Podría ser: El tradicionalismo casi oscurantista parecía ser una buena manera de mantener una relación de complicidad con luchadores y llegar así a lo que para muchos era un premio: La amistad… Sincera o no (porque un luchador suele ver como enemigos naturales tanto a promotores como a periodistas).

En Luchas 2000, la orden era llevar las colaboraciones hasta la oficina. No aceptaban un método que ya para entonces era más sencillo: Mandar los textos por correo electrónico. En esos días yo entregaba un diskette o un CD con mi columna y fotos cada semana. Otro colaborador, El Testigo, llevaba todo en un Zip drive (unos discotes con la entonces increíble capacidad de 100 megas). Alguna vez, mofándose ingeniosamente de la política de entregar el material en la oficina, El Testigo envió el Zip drive en un taxi.

III
La nueva era

Fue hasta que apareció la nueva era de SÚPER LUCHAS que los avances tecnológicos fueron explotados, pero al estar ya en el nuevo siglo, dichos avances comenzaron también a rebasar el mercado.

La competencia digital hacia las revistas tradicionales comenzó en nuestro país a finales de los noventas con la primera página luchística, llamada luchalibremexico.com, dirigida por el inteligente José Miguel Gómez Fonseca, quien fuera figura clave dentro de AAA. También apareció lomejordelalucha.com, del entonces niño Roberto Figueroa, quien es en la actualidad una de las personalidades luchísticas más reconocidas en Monterrey. Otra página fue superplex.com.mx, el antecedente de lo que hoy es SuperLuchas.com, dirigida por mi hermano Jorge y en donde me desempeño como Editor en Jefe.

Pero la primera oleada de páginas no tuvo el impacto que se esperaba. El éxito fue para los foros de discusión. Uno de los primeros fue el de Univisión, cuya dirección fue, hasta 2015, la e luchalibre.com, dominio que se registró con la idea de hacer una página en grande durante la etapa de boom del World Wide Web. Me ofrecieron escribir para esa página con un sueldo desorbitante, pero la burbuja de las páginas se rompió, yéndose a la quiebra los neoempresarios que tenían más acciones que dinero. La web mundial tuvo que reestructurarse.

Pero en México siguieron los foros, como el de la revista Box y Lucha (también llamado foro azul); el foro Piolín (lalucha.foro.st), de Migrejok; el SatánicoManson (luchalibre.mforos.com), moderado por el maestro del lente de Tijuana, Alberto Ledesma; o el foro Luchamanía (luchamania.mforos.com), de Ángel Arredondo, enfocado en la lucha regiomontana. La mayoría de esos foros, aunque existen, cuentan con una participación muy limitada, y en algunos casos inexistente. En el caso del espléndido foro de El Martinete, de Katokungfú (elmartinete.com/losforos), la decisión fue la de cerrarlo en 2011.

Por un tiempo, hubo una suerte de retroalimentación entre foros y revistas. En SÚPER LUCHAS, incluso, se realizó una reunión de foristas en 2004, la cual tuvo un resultado ambivalente, pues mientras muchos de ellos tomaron la situación como lo que era (una reunión de aficionados), a otros les gustó el sabor del protagonismo (aparecieron en el poster central), rehusándose a renunciar a él, sintiéndose superiores al aficionado común. De pronto, los foros dejaron de ser lugares para divertirse y pasar el rato cotorreando. Ahora eran competencias permanentes por demostrar conocimientos de lucha. Si antes era una plática amena pronosticando resultados de una función, ahora la moda era ser todo un poser, afirmando que así son las cosas y no hay espacio de discusión, perdiéndose todo el sentido del formato de un foro.

Los nuevos usuarios eran recibidos como en escuela de barriada: De inmediato, el bullying colectivo a quien no sabía algo “tan básico” como la fecha de nacimiento del Patrón Bonales. Por supuesto que nadie la sabía, pero ya comenzaban a existir bases de datos en internet con toda la información para seguir siendo poser.

Los foros se degeneraron.

Mientras tanto, en SÚPER LUCHAS comenzábamos la transición a la fotografía digital. El primero en probarla fue Zao, quien lograba resultados casi tan buenos como los que obtenía con su cámara mecánica. Para entonces, ya contábamos con excelentes fotógrafos jóvenes que hacían su trabajo con cámara de rollo. Guillermo Mañón (el mejor en el ramo) ya no quería tomar fotografías, pero otros veteranos nunca hicieron un trabajo de real calidad. Eran los nuevos valores quienes mostraron una sensibilidad y una pasión que se les estimulaba: Alberto Ledesma logró grandes gráficas de acción en Tijuana. Migrejok encadenó varias portadas llenas de dramatismo. Rostro Oculto se aplicaba mientras aprendía sobre la marcha. Todo eso antes del cambio definitivo a la foto digital. Para cuando se hizo tal cambio, la base de fotógrafos mexicanos de SÚPER LUCHAS era la mejor en el medio.

Si bien fue un avance benéfico, la fotografía digital trajo un mal no querido, pero inevitable. Durante décadas, en todo el mundo han surgido jóvenes como Israel Velázquez y Luis Manuel Rivera, que recibieron la oportunidad para tomar fotografías en las funciones de lucha libre, y tras meses y años, lograron convertirse en verdaderos fotógrafos (porque hay que aclarar que en este medio son pocos quienes sí han estudiado fotografía profesional, entre ellos, Mañón, Migrejok, Alejandro Islas, y más recientemente, Rostro Oculto).

Pero ahora los jóvenes que han querido dedicarse a la fotografía luchística no necesitan realmente talento ni someterse a la presión que significa cubrir una función con un rollo de 24 exposiciones. Tampoco necesitan conocer de términos como “iluminación”, “temperatura”, “sensibilidad” o “velocidad del obturador”. Sólo necesitan prender su cámara y tomar las miles de fotos que crean necesarias. El trabajo lo hace la cámara; ellos sólo deben enfocar, y ya está todo.

Eso no es realmente algo negativo. Es un avance tecnológico que ha hecho de actividades como la fotografía algo más sencillo. El problema es cuando estos jóvenes decidieron llamarse prensa, sin serlo, creando una serie de blogs, que no llaman blogs, sino revistas. En todo el mundo hay blogs respetables, y los blogueros están orgullosos de ser blogueros pues son fuente de información alternativa, y en algunos casos han llegado a ser más respetables que los periódicos tradicionales, usualmente llenos de censura. Pero en el medio luchístico de México, estos blogueros se autodenominan medios.

La simplificación de la vida tuvo un precio: La desprofesionalización.

IV
Los tiempos están cambiando

Tras los foros y los blogueros que se creen prensa, siguió el crecimiento de Twitter y Facebook. En este último portal, cambió mucho la manera de ver la lucha, pues a diferencia de los foros es fácil identificar a los luchadores reales que abrieron su cuenta. Se acabó el hermetismo antes mencionado. Si hace veinte años la vida de los luchadores era idealizada por los aficionados, ahora éstos pueden ver de primera mano que se trata de personas comunes y corrientes, seres imperfectos y con debilidades, y en algunos casos, con ortografía peor que la propia.

Poco importa guardar, ya no las apariencias, sino la identidad. La novia del enmascarado le habla por su nombre y lo etiqueta tanto en su cuenta de luchador como en la personal. Los luchadores platican entre ellos con los mismos términos que antes sólo usaban en el vestidor. Se hacen amigos de aficionados con dinero y los convencen de hacer funciones, de ser “grandes promotores”. Y seguirán siendo amigos mientras haya dinero.

La vida de los luchadores como libro abierto rompe la magia en gran medida. Ser como la gente común lleva un precio: La desprofesionalización.

Con tanto material de lectura aparentemente gratuito (el internet, sobre todo en los teléfonos móviles, no es precisamente barato), el público, como era de esperarse, se ha olvidado de los medios impresos. Y lo peor es que ese material de lectura no es el de los libros clásicos –descargables en muchas bibliotecas virtuales—sino el lavadero de Facebook, con chismes, chascarrillos y deformaciones tales a nuestro idioma que lo convierten en un dialecto absurdo y aberrante.

Y ése es el futuro que nos alcanzó.

 

(La anterior fue una versión actualizada de un artículo publicado en SÚPER LUCHAS #503, 21 de marzo de 2013)

 

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