Silver King:
Decidí esperar a que bajara la marea para escribirte esto, a que todo el mundo hubiera dejado atrás el tema. En parte quería sentirme menos shockeado, porque tu partida me movió el piso. Apenas el jueves anterior, dos días antes de que te fueras, hablamos largo rato por teléfono, porque teníamos planes para realizar, el primero ya con fecha, el evento que me dejaste tirado sin querer. Escuché tus ideas, como cuando estábamos en aquella empresa y también después y siempre que teníamos la oportunidad de hablar. Querías hacerlo todo, ayudar a tus amigos y seguir haciendo cosas distintas. Y bien que sabías hacerlas. Manejaste tan bien, por ejemplo, lo de los gasolineros, que medio México pensó que era promoción de una empresa grande.
Esa plática por teléfono fue como si habláramos diariamente, a pesar de que teníamos tiempo de no hacerlo. Me hiciste reír como antaño, cuando comíamos y viajábamos juntos con frecuencia. De todos esos viajes, rides y comidas, esos momentos muchas veces en una fonda a mitad de la nada, recuerdo mucho un recorrido de Guerrero Negro a Tijuana en una sprinter, K-Dogg, Irma Osorno, tú, el chofer de la unidad y yo, platicando sobre lucha libre y muchas otras cosas. Tomábamos caminos de terracería durante largos tramos debido a una reparación de la carretera, al principio nos quejábamos y después íbamos ya resignados a ello. Recuerdo que las desviaciones causaron que por poco no llegáramos a tiempo al aeropuerto de Tijuana. Ahora te reúnes con Irma, con la que tanto reíste esa tarde.
No terminaría de contar las anécdotas que viví cerca de ti, desde las primeras veces que te vi hace 20 años hasta la última semana en que estuviste. Como la vez que tenías problemas con la Comisión por luchar con máscara, y nos encontramos en la oficina. Te dije que lo que hacías no era ningún fraude, porque no estabas engañando a la gente (es más, los que se vuelven a tapar, aún pasados unos años, sí lo hacen, porque esconden su identidad, tú no, te dije). Habías cumplido mucho más del tiempo reglamentario luchando sin máscara y la que en ese momento usabas no era exactamente la misma que habías perdido. Te sugerí que sacaras una licencia con el nombre Silver Kaín, como personaje enmascarado. Por inverosímil que parezca funcionó para salir del problema y la Comisión te dejó luchar enmascarado en la Ciudad de México. Siempre recordábamos eso, que se había usado la propia regla del reenmascaramiento de una manera singular para revertirla o reinterpretarla, y reías.
Y precisamente es tu sentido del humor algo que nunca olvidaré de ti. A veces hacías chistes de cosas que no voy a escribir, pero que me hacían reír y muchas veces me sorprendían, pues los sacabas de la manga en en momentos y ante personas que uno no se esperaría.
Hace más de un año que nos vimos por última vez. Estabas en México, hospedado en el Fornos, y me dijiste que si desayunábamos. Te confieso que tenía otras cosas que hacer, pero finalmente acudí a la cita, animado por mi pareja y porque tenía ganas de saludarte, ya que hacía mucho no te veía. Desayunamos, platicamos, reímos y me diste algunas ideas, cosas que hacías en tus funciones y que te habían estado funcionando. ¡Cómo cargabas carro, Silver Rey! Todo lo tomabas con buen humor y eso te ayudó a trascender un medio difícil, con tanta envidia y mala leche. No sabía que esa era la última vez que te vería en persona. Tantos viajes, grabaciones, entrevistas, programas de radio, bromas, comidas, desayunos, paradas al Oxxo, trabajo en backstage, tantas cosas… nunca terminaría de enumerarlas, y ese desayuno fue el último. Quién se iba a imaginar lo que deparaba el futuro.
Como luchador eras un fuera de serie, todos lo sabíamos, por eso muchas veces hasta los que no te tragaban querían trabajar contigo. Los promotores y matchmakers siempre pensábamos en ti por lo mismo, eras uno de los mejores para trabajar, y cuando querías, capaz de hacer maravillas con cualquier rival. Y tratándose de ti no solo eran palabras (porque hay que reconocer que eras algo hablador), sino hechos, lo que decías lo sostenías. Hasta en nuestra última plática me dejaste claro que estabas bien consciente de tu capacidad para hacer lucir a otros y me dijiste que para eso te contrataban. Eras un pillo y también, repito, un fuera de serie. Y precisamente, como le sucede a todos los fuera de serie en todos los campos de la actividad humana, pocos te entendieron.
Vi una entrevista con un cercano tuyo y viejo conocido de ambos, Máscara Año 2000 Jr., que recién te había dicho que era tu único amigo en el medio. Me consta que había aprecio, siempre hablabas bien de él y lo trataste de impulsar hasta el final. No te preocupes, César, que no eras el único con pocos amigos, en esta vida existen pocos de verdad, y no se diga en la lucha libre, un medio que, como otros, no siempre (o casi nunca) es leal. En tu lugar, en la función que me dejaste tirada, luchó Máscara, el buen Omar, tal como tú habrías recomendado.
Sé que, como todos los seres humanos, no eras perfecto ni una perita en dulce, pero te supiste ganar no solo un lugar, sino uno de respeto. Y por supuesto el afecto de muchos, entre los que me cuento. Trabajar contigo me gustaba porque, a diferencia de varios otros, te dedicabas a trabajar, no a pillar. No cuestionabas si te gustaba o no mi presencia y trabajo o el de los otros creativos o promotores, al contrario, te acercabas para buscar acomodar tus ideas a las del equipo. Muchos deberían aprender de ti en ese sentido.
Tengo en casa una máscara tuya, de tus productos oficiales, desde hace muchos años, cuando ambos trabajábamos en aquella, de las empresas grandes de México. Recuerdo que te dije bueno, fírmamela, y por angas o mangas, por el ir y venir de una función para la televisión, por no tener un plumón y finalmente por olvido, no se hizo y me la traje así. Siempre la guardaré en recuerdo de un buen luchador al que conocí.
César, no quisiera, pero tengo que despedirme. El show tiene que continuar, no solo el de la lucha sino el de la vida. Pero has de saber que en un futuro, cuando se de la oportunidad, hablaré de ti como una leyenda. Y no solo yo, sé que todos los que en verdad conozcan tu trabajo también. Porque tu carrera la construiste tú mismo para serlo, desde el primer hasta el último momento.