Al Maestro con cariño, parte 4 (FINAL)…

Llegamos a inicios del año 1985.  Héctor Valero Meré alterna la dirección de las Revistas El Halcón Solo Lucha Libre, Combates y Luchadores con la promoción luchística; de la mano de El Húngaro, en el Auditorio Benito Juárez de Cuautitlán de Romero Rubio en el Estado de México (ya en su etapa final), los días martes. En el Coliseo Victorino de Durango, Dgo., con el empresario local Candelario Victorino, los domingos, y en la Arena Zapata de Acapulco, Gro., Con don Pepe Valdez. Fueron memorables esas giras de Durango a Cuautitlán y de allí a Acapulco, que la mayoría de veces el maestro se aventaba manejando en su camioneta, una lancha Dodge ochentera, misma que la gran mayoría de veces se quedaba tirada, por diversas fallas mecánicas, dejándolos botados a él y luchadores en medio de la carretera y a mitad de la noche, cada que se le pegaba la gana.
Ojo, el maestro no era un novato en la promoción, desde finales de los ’60 había hecho sus pininos en la Arena Ecatepec asociado con don Rafael Cervantes. Pero bueno, hablemos de Cuautitlán. Para nadie era desconocido que Cuautitlán era la antesala del Toreo de 4 Caminos. Luchador que debutaba con éxito los martes sería luego programado en las preliminares cuatrocamineras, en los domingos posteriores, y de allí para arriba.
De allí salieron para El Toreo Los Brazos uno por uno, Negro Navarro, El Texano, por supuesto Los Arqueros del Espacio, Los Diabólicos, Cosmos, Shu el Guerrero, Boyero, Dinamitero, Loco Zandokan, Kahoz, etcétera, etcétera. La lista es interminable porque fueron demasiados, así como las historias personales y profesionales de cada uno de ellos. Eso merecería mención aparte, porque por ejemplo existe una historia de un muy jovencito Negro Navarro que iniciaba, e involucra a un muy ventajoso y ¨manchado” René Guajardo. Contaba Valero que aquella noche en el Benito Juárez, un Guajardo abusivo se le “bañó”  al Negro Navarro, pero éste muy chavo, lejos de abrirse, le respondió con aquellos tamañotes, aunque bajando del ring hubo lágrimas. Valero lo felicitó y con el tiempo la recompensa a aquellos catorrazos fue la inclusión en Los Misioneros de la Muerte. Así existen mil historias, pero vale la pena que ustedes mismos lo averigüen, muchos de ellos aún viven, supongo recordarán también lo vivido junto al maestro.
A Valero lo unía una especial amistad casi de familia con los Alvarado Nieves. Shadito Cruz y Doña Ana Nieves, padres de Los Brazos, eran amigos suyos desde que vivían muchísimos años antes en la Colonia Valle Gómez. Para el maestro casi todos los luchadores eran como sus hijos. El Bronco por ejemplo era el hijo desmadroso, Rocky Santana el hijo centrado, el maduro. Cosmos el hijo bien educado, Robin Hood, el hijo bueno. Babe Richard un gran amigo, Roberto Paz su confidente. Con Lasser, Danny Boy y Romano García yo notaba un trato diferente. Entonces un día le pregunté por qué, y me dijo: “Los estimo mucho, pero los respeto más, son extraordinarios elementos, no solo buenos luchadores, sino profesionales en toda la extensión de la palabra”.  ¡Wao!, pensé yo. Qué honor para ellos que alguien como Valero se expresara así de sus personas.
Un ídolo luchador, David “El Apolo” Curiel. Un ídolo de la vida, Mil Máscaras, de las pocas personas que el maestro idolatraba. El Solitario, su hijo mayor y el más querido de todos.  Por aquellos meses a inicios de 1985, la vida, el destino o como ustedes gusten llamarle, cruzó nuestros caminos. Yo era solo una aficionada más, alguien a quien en sueños le ilusionaba algún día ser luchadora, pero que la realidad le gritaba ser un esqueleto de 40 kilos. Así que me conformaba con ir a las luchas y punto.
Un día, luchaban por el Campeonato Mundial Ligero UWA El Hijo del Santo contra El Negro Casas en el Coliseo Victorino de Durango, la tierra que me vio nacer. Mi padre me compró una camarita marca Kodak con cubos de flash, para tomar fotos ese día. Por su amistad con don Candelario se me permitió tomar fotos a pie de ring. Andaba yo muy quitada de la pena, cuando a Don Héctor se le cayó al suelo su super profesional cámara Canon, dañándose en su totalidad. Concluida la lucha, Valero se me acercó y me pidió mis fotos, ofreció llevarse mi camarita, revelar las imágenes y publicarlas en su revista, nombrándome así su corresponsal local. Para ser sincera desconfié, pero mi padre accedió, así que con tristeza me despedí de mi camarita.
Una semana después me presenté muy puntual al evento, segurísima que me habían “bailado” con mis fotos. Llegó don Héctor con un paquete, en el que venían mis fotos, los negativos, mi camarita, un cheque y además unas revistas; donde por vez primera apareció mi nombre, dando crédito de mis fotografías. Para ser honesta, de allí en adelante el camino fue largo y complicado en todos los aspectos personales. Don Héctor, a falta de Martha Valero, buscaba en quién vaciar sus ideas y conocimientos, quizá acompañar su soledad. Yo quería aprender, conocer, era un mundo glorioso el de la lucha libre ochentera y estaba yo allí como una esponja absorbiendo todo. Una cosa se mezcló con la otra, de otro modo y hoy de forma consciente, no consigo entender aún como es que dos personas con tan abismales diferencias pudimos lograr una vida juntos. Sin embargo así fue.
Quien conocía de cerca a Héctor Valero sabía que no era una “perita en dulce”, exigía demasiado. Regañaba a grito pelado y era severísimo crítico cuando de trabajo se trataba. Fuera de día o de noche, no existía descanso para él si había algo pendiente. Un día se le ocurrió sacar la historia de los campeonatos nacionales a las once de la noche, fueron 10 días de estar buscando entre revistas, hojas, programas, archivos del Halcón, sin parar. Solo descansos para comer y pequeños ratos de sueño. Él era así era de obsesivo cuando de lucha se trataba.
Una mañana de media semana llegamos a la oficina del Halcón, ubicada en la planta de Paseo Tollocan. Luci, la recepcionista, lo recibió con un mensaje: “Don Héctor,m que se presente en la oficina del señor Maccise”. De inmediato noté su expresión de molestia. Dejó su portafolio sobre el escritorio y se dirigió a la oficina del dueño de la editorial. Estuvo allá mas de una hora y volvió con el rostro desencajado, había demasiada ira contenida. Solo dijo; “ Se chingó”. Allí estábamos Julio Aguirre, Ricardo Aguilar y yo.  “El Halcón se acabó”. El tiraje total de la revista ni siquiera fue desatado de los cintillos con que se sujetan los paquetes, estaba intacto. Los distribuidores sencillamente regresaron la revista, alegando que no se habían vendido, lo cual hasta para mi que no entendía la complejidad del problema, me resultaba estúpido.
Valero fue notificado que la revista, con casi 15 años de vida, sencillamente desaparecía de la noche a la mañana. Existía la orden de no seguirla publicando. Y así de fácil se le dijo: “Me dejas todo como está, tomas tu liquidación mitad en dinero, mitad en revistas de devolución para que las vendas a un tercio de su costo, me entregas mi coche y muchas gracias, que te vaya bien”.  Los días posteriores fueron silencios absolutos, casi sepulcrales. Entonces era ver, oír y callar.
Yo creo que pasaron a lo sumo dos semanas, cuando lo escuché hablar con su maestro Valente Pérez. Valero le dijo expresamente que “atacar tanto” a Benjamin Mora le había costado dejar El Halcón. Benjamín Mora, por aquellos ayeres, promovía lucha libre en Tijuana, B.C., y su único delito era “piratearse” a las estrellas del Toreo sin el permiso de Francisco J. Flores, pero Valero “compró” ese pleito y lo hizo personal, al grado de hostigar a Mora semana a semana. Por aquel entonces los Mora gozaban de magnificas relaciones con políticos importantes y para nadie tampoco era un secreto que Annuar Maccise Dib era uno de los mejores discípulos del Prof. Carlos Hank González. O sea, para acabar rápido, la orden vino de arriba. Punto. Decir ahora que no, es todavía más estúpido. Al poco tiempo Julio Aguirre retomó la revista El Halcón. Era simple, la idea era deshacerse de Valero.
Yo escuché a Valente Pérez decirle a Valero: “La culpa es tuya, yo siempre te dije y te enseñé, utilizalos Valero, pero nunca me hiciste caso, ahí tienes las consecuencias”. Pero el maestro estaba decidido a dar la pelea aún estando casi quebrado, Valente todavía le dijo a tono de risa, toma tu dinero, tus cosas y vete de vacaciones. Deja un rato el medio, vete, despéjate, vuelves y pláticas con el “arabe” (refiriéndose a Maccise). No fue así. Valero le apostó todo a su propia revista, que llamó Ases y Estrellas del Deporte. Fueron unos 5 números, dicha edición albergaba espacio para cubrir varios deportes. Finalmente la lucha libre terminó imponiéndose,  pero ni con eso se logró sobrevivir. La revista solo se imprimió unos números hasta que definitivamente tronó. Don Héctor pasaba muy malos días, quebrado, ya sin El Halcón, sin El Solitario y sin Don Francisco J. Flores, que recién había fallecido. Ciertamente el maestro vislumbraba su propio ocaso, sin pensar que lo peor estaba por suceder.
Don Carlos Maynez, ahora jerarca del Toreo, buscaba un luchador para personificar a The England. Entonces Valero pensó en otro amigo suyo (muy querido por cierto), El Indio Jerónimo. Para esta encomienda nos fuimos a buscarlo a Guadalajara, habían sido años y años de manejar en carretera, a veces cansado, con sueño, la mayoría de veces a alta velocidad y jamás nada ocurrió. Pero esa noche ya sin auto, abordamos un autobús de la línea Omnibus de México y cerca de Arandas, Jal., el camión se quedó sin frenos y el chofer lo detuvo a golpes contra los cerros adyacentes. La unidad quedó como un sándwich y aunque no hubo fallecidos, sí varios lesionados, entre ellos Valero. La ayuda tardó horas puesto que estábamos en un paraje solitario. Para cuando las ambulancias llegaron ya era de mañana. El paramédico advirtió que don Héctor presentaba síntomas de una costilla rota y presumió una lesión peligrosa hacia el pulmón. Valero hizo caso omiso, seguimos hacia Guadalajara a la casa de Jerónimo. Una vez arreglado el asunto, comimos y empezó a sentir una angustiosa sensación de falta de aire. Jerónimo insistió en llevarlo al hospital, pero no quiso, tampoco subirse al avión. Nos regresamos otra vez por carretera y así pasaron unos 4 días más, entre altas temperaturas, dolor y falta de aire. Una mañana lo vi terriblemente mal y le hablé a Jesús Alvarado, El Brazo de Oro, le expliqué y me dijo tráelo al Hospital. No recuerdo el nombre, pero es el hospital que se ubica frente a la estación Indios Verdes. Llegamos y lo hospitalizaron de inmediato, su pulmón en efecto había colapsado por el piquete de la costilla rota, la sangre regada se había infectado y ahora había septicemia por toda la sangre. El maestro agonizaba. Fueron muchos días en el hospital, de cuya cuenta se hizo cargo Chucho Alvarado casi en su totalidad. Y al no haber más recursos se le tuvo que trasladar al INER de Tlalpan, donde estuvo meses internado. Fue una larga rehabilitación de mas de medio año, pero don Héctor se levantó otra vez.
Unos meses antes del accidente el maestro había ideado escribir una especie de columna detrás de los programas de mano que se dan en la arenas. Para ello habló con Paco Alonso y Carlos Maynez, a manera de fusionar el proyecto y volverlo una mini revista de dos hojitas. Ambos jerarcas aceptaron y de esta manera se editó Mi Programa, pequeño órgano oficial de la UWA y NWA. Escribíamos historia, columnas y pequeñísimos reportajes. Se incluían las carteleras del Toreo, la Arena México y sus filiales en el D.F., como dije esto comenzó meses antes del accidente, así que durante el proceso de convalecencia del maestro yo me hacía cargo de la publicación.
Una vez él estuvo de vuelta se dio cuenta que aquello no era suficiente para el mar de problemas económicos que había que sufragar. Entonces un compadre de Canek (que no recuerdo su nombre) le ofreció trabajo y yo recibí la mejor lección que alguien me haya podido enseñar en toda mi vida. Héctor, con toda su sapiencia, con toda su arrogancia, con su fama bien ganada, pero sobre todas las cosas además enfermo, humildemente aceptó manejar una combi (pesera), que iba del Aeropuerto a San Felipe de Jesús y su ramal El Chamizal. Un turno lo trabajaba él y otro turno su hijo Jorge Valero. ¿Que por qué Valero lo hizo? Primero, por su alto sentido de responsabilidad. Había muchas deudas que cubrir, segundo porque jamás se dejó derrotar por nada ni por nadie. Y lo mas importante, porque “al mal tiempo siempre siempre se le debe dar buena cara”.
Tremenda lección de vida me dio, aprendí algo que sus hijos Martín y sobre todo Jorge Valero siempre contaban sobre sus experiencias jugando futbol americano, ya que cuando caían lesionados, iba su papá y enérgicamente les gritaba: “¡Levántate! ¡Hay que seguir!” y en efecto, don Héctor se levantó no solo de la muerte, sino ademas de la quiebra y la derrota, para vivir sus últimos seis años como siempre y más apasionado de su lucha libre que nunca.
Dijo un día Martín Valero: “Jamás vi a mi papá con tanta paz, como cuando vivió contigo”. Estamos ya en 1988 y uno de esos días se topó en el Metro Hidalgo a su amigo el “gordo”, José Luz Álvarez, y éste lo recomendó para trabajar como columnista en el diario El Nacional, que se ubicaba en la calle de Ignacio Mariscal en la Colonia Tabacalera. José Luz, años atrás, había sido el formador o sea el diseñador de la revista Halcón.
Para Octubre de 1989 nació nuestro primer hijo, a quien decidió llamar Héctor Manuel igual que él, y casi a la par comenzó como editor de la sección de lucha libre en el Diario Deportivo “ La Afición”, bajo la dirección del Lic. Franco Carreño y la sub dirección de Don Jorge Bermejo. Estaba feliz, como pez en el agua, junto a tanto periodista y además amigos suyos, como Tomas Morales, Víctor Cota León, Addiel Bolio, Ramón Otero, Evencio Flores, Alfonso Jurado y una muy larga lista de plumas especializadas. Su querida lechuga consumía su tiempo, le apasionaba demasiado el poder escribir allí. En 1990 nació nuestra segunda hija, a quien también él decidió llamar Dalia. Y así entre risas, llantos, juegos, niños, sueños, trabajo y muchísima lucha libre, un lunes 17 de enero de 1994, a las 4 de la tarde, Don Héctor cerró los ojos para siempre y se despidió de éste mundo.
Guardo silencio, recuerdo y prosigo. Dos máximas se quedan en mi corazón como su mejor legado, ser agradecido y ser honesto. No se puede ir por la vida queriendo buscar un respeto y un reconocimiento que no te has ganado. La historia de Héctor Valero Meré no se escribió en 5 años. Sino en 35 años. No era un aprendiz, fue un maestro. No escribió notas, grabó paginas de oro de la lucha libre mexicana y no “bautizó” luchadores, creó leyendas. Ojo “muchachitos”, no es necesario cargar sobre sus hombros el peso de apellidos tan gloriosos para triunfar. “Caminante no vayas por ese camino, crea el tuyo”, una bofetada de mi propio junior, mixólogo internacional que no necesitó subirse al barco del apellido.
Don Héctor Valero Meré me enseñó que la lucha libre es UNA y ÚNICA. Si hoy le pusieron “nombres” a sus “estilos” es simple, eso es porque a falta de recursos y por flojera de ir a aprender como se debe con profesores y no con “maistros”, es que cualquier hijo de vecino profana un ring y una máscara y se sube a “luchar”. Mi nota termina aquí, donde particularmente yo digo GRACIAS: Sara Amada Villalba, Ricardo Morales, Veguita Jr., Memo Mañón, Chilicas, Mario Gil, Mario Payán Ramirez, Efraín Cadena Clavelito, Fernando Torres Mena, Toño Zamora, Don Fidel Rodriguez, Benito, Delfino, Ricardo Aguilar y por supuesto Don Julio Aguirre. Qué importa si entonces eran archivistas, escribientes, reporteros, fotógrafos, carga neceseres o cracks de su profesión, que más da. Todos ellos estaban antes que yo y merecen reconocimiento por enseñarme su ya recorrido camino, agradezco sus consejos, su guía y sus regaños. Y a mi eterno viejo allá en el cielo (con cigarro en mano seguramente) que más me queda decir? Que fue un honor compartir, aprender y vivir los mejores años de mi vida a su lado. Sirva decir, que la herencia de sangre que me dejó en Héctor y Dalia son y serán el mejor homenaje a su memoria. Ha sido todo. Vaaamonos!!!!

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