Cada que comienza el mes de marzo, desde entonces, me viene a la mente esa horrible semana de 2015, cuando trabajaba en una de las empresas luchísticas grandes. Hoy es el día para escribir de esto y ahora sí me voy a extender, por lo que espero no aburrirles.
Trascendió que en los días previos a los tristes acontecimientos que todos conocen, pero que voy a narrar desde mi propia perspectiva, todos estábamos muy contentos en la citada empresa. Luego de una gran campaña con el hashtag #FreeRey, por fin la WWE había dejado en libertad a Rey Mysterio. Por esa razón, en la que era mi casa nos sentíamos llenos de júbilo, ya que no era cosa menor el inminente regreso de aquel que había puesto el estilo mexicano en la cima internacional. También, para hablar con la verdad, se percibía algo de ego en el ambiente. Después de todo le habíamos “quitado” por primera vez un luchador a la gran “W”, no al revés. Tiempo atrás, por ejemplo, nos habían arrebatado a Octagón Jr. (hoy Kalisto), justo cuando habíamos invertido tiempo aire y fuerza publicitaria intentando proyectarlo como una estrella del elenco (experimento que a la larga sería para bien, ya que de él emergió quien hoy es una gran estrella, Pentagón Jr. o Penta Zero M). En pocas palabras la llegada de Rey implicaba motivación, buen humor y hasta algo de petulancia para todos nosotros, que atestiguábamos una prueba tangible del crecimiento de la empresa.
El debut del hombre del 619 se programó para el 15 de marzo en la Plaza de Toros “Nuevo Progreso” de Guadalajara, Jalisco, donde haría equipo con Myzteziz para enfrentar al Hijo del Perro Aguayo y Pentagón Jr. Todos esperamos con ansia, con verdadero fervor, el día en que Rey volvería a luchar en un ring de la compañía, pero ese sueño se volvió una pesadilla, una que nunca vimos venir. Al llegar a la plaza todo indicaba que iba a llover, y así fue: caída la tarde se desató una tormenta que impidió que el evento, programado en local al aire libre, pudiera realizarse. La empresa decidió anunciar que se pospondría y cambiaría de sede, al Auditorio Benito Juárez de Zapopan (local cubierto), donde la gente podría acceder con el mismo boleto adquirido. De modo que pernoctamos en Guadalajara y luego de ello nos trasladamos al coso de Zapopan, donde la gente de instalaciones, a todo vapor, ya tenía todo listo. No obstante, el destino volvió a hacernos una mala jugada y por un problema burocrático tampoco pudimos llevar a cabo la función ese día. Ante tal situación acudí con mis patrones, que indicaron que había que avisar a todo el talento la situación y -en mi caso- regresar a la Ciudad de México hasta el día 18, cuando se realizaría -ahora sí- el show.
Aquí es cuando empezó el mal sueño. Subí al autobús del staff y no al de luchadores, ya que éste se había ido minutos antes, e inmediatamente me quedé dormido cuando la unidad empezó a moverse. Luego de unas horas de viaje un buen amigo, Liosha Terán, me despertó para preguntarme algo acerca del contenido del programa de TV de esa semana, cosa que le agradeceré eternamente, ya que luego de eso no pude conciliar el sueño otra vez. Entonces el chofer del autobús puso una película que siempre me recordará ese día: Los Indestructibles 2, la cual vi de principio a fin ante mi imposibilidad de volverme a dormir. Recuerdo que me aflojé uno de los tenis para disfrutar del churro cinematográfico. Justo en el momento en que estaban los créditos de la película sentí un horrible impacto, que me lanzó violentamente hacia el frente: habíamos chocado. Me levanté escupiendo sangre a borbotones y rápidamente me revisé el cuerpo, pero el líquido parecía provenir del interior de mi boca, ya que -lo sabría luego- me había perforado las encías al meter instintivamente el brazo. También, por causa de esto, dicha extremidad sería la parte de mi cuerpo más dañada debido al impacto.
En un principio me sentí algo confundido, quizá por el golpe, pero cuando caí en la cuenta de lo sucedido, los compañeros ya comenzaban a romper los cristales para salir. En ese momento observé que el zapato que me había aflojado no estaba y, mientras ellos iniciaban a bajar por las ventanas rotas, me lancé en su búsqueda para evitar cortarme con los cristales y tener que andar semi descalzo por la autopista. Caminé hacia delante por el pasillo del autobús y encontré una pila de objetos, entre mochilas, ropa y equipo, y ahí estaba mi calzado. En ese momento escuché un grito desgarrador y volví la cabeza. Literalmente dentro del autobús, se hallaba una parte de aquello con lo que nos habíamos estrellado, la plataforma de carga de un tráiler, lo cual había formado una especie de barrera con metal y objetos diversos que impedía ver hacia donde estuvieron el parabrisas, el asiento del chofer y la primera fila. Junto a ese montón de fierro se encontraba uno de mis compañeros, que había sufrido la mutilación total de una pierna por el impacto. Consciente, gritando. En ese momento supe que esto había sido algo realmente grave.
Me bajé por una de las ventanas rotas hacia la autopista y de inmediato me comuniqué con la empresa. Afuera hallé a mi amigo Liosha tendido en el asfalto, me dijo que tenía las piernas rotas pero a la larga se sabría que había sufrido otras múltiples fracturas.
Decidí subir a la plataforma con la que chocamos para ver si había alguien más en el área no visible desde dentro, y ahí fue cuando me encontré a otro amigo, veterano productor retirado de Televisa, que tenía una evidente fractura de tibia y peroné, colocado aún en su asiento, gritando. En ese momento llegó a mi cabeza una pregunta: ¿dónde está Irma?
Irma Osorno era la coordinadora de las edecanes y lo llevaba siendo desde 1992. Una persona muy alegre y positiva, que siempre tenía una sonrisa para todos. Reía y bromeaba por igual con luchadores, edecanes, público y colaboradores. De personalidad dulce y amigable, vivió muchas cosas en sus 23 años en el puesto, algunas geniales y otras horribles, pero siempre estuvo ahí, al pie del cañón. Le gustaba hacer de todo, además de su trabajo dando llamado y coordinando a las damas que acompañaban a los luchadores. Lo mismo colaboraba con ornamentos para la oficina que montando la ofrenda de Día de Muertos. Tenía una visión estética femenina muy singular y para cada función de TV viajaba desde Morelos hasta la Ciudad de México. Amaba su trabajo y lo hacía con auténtica devoción. Añoraba los tiempos en que Antonio Peña, aquel que tanto la procuró, presidía la empresa.
Volviendo con la fatídica noche, fue mi amigo productor quien me dijo hacia qué lado mirar para hallarla, y lo hice. Mi amiga había partido sin sufrir, haciendo lo que amaba, como posiblemente habría querido que fuera de haber podido decidir. No pude evitar las ganas de llorar pero me las aguanté. Tenía que esperar y ayudar en lo que pudiera.
Cuando las ambulancias arribaron comenzaron a trasladar a todos en tandas. Hubo quienes estaban despiertos pero fuera de sí por los golpes en la cabeza. Varios sangraban y se lamentaban. Finalmente las asistencias atendieron al compañero que había perdido la pierna y lo trasladaron, y a todos los demás poco a poco se los fueron llevando. Mientras eso pasaba, al menos la primera hora, no paré de escupir sangre y de percibir cómo mi brazo se inflamaba. Llegó otro compañero en su coche y me dejó sentarme en él. Al salir ya no podía caminar bien. Estaba por amanecer cuando por fin el MP llegó por mi amiga.
Pasé el siguiente día con su noche cuidando a todos en un hospital de Acámbaro, Guanajuato, y reportándome con la empresa. Llamando a familiares de los heridos y solicitando lo que se requería a la aseguradora. Pasado ese período ya no podía conmigo: me costaba trabajo moverme y sentía dolor. Por fin me hicieron una radiografía que reveló una fuerte inflamación en el brazo -que ya estaba casi totalmente morado- y de los demás dolores no me revisé. Necesitaba urgentemente un baño y dormir, así que pedí a la compañía de seguros un taxi para irme a la terminal y de ahí a casa.
Llegué a la Ciudad de México y decidí desviar el taxi para ir unos momentos al funeral de mi querida Irma, donde la vi por última vez. Descansé el día siguiente y al otro decidí ir a trabajar a mi oficina. En ese momento sentía una gigantesca identificación con mi empresa, unas ganas incontenibles de ir allá y seguir trabajando, como muy posiblemente habría hecho mi amiga. Me sentía parte no de un equipo, sino de una familia, la cual había caído en desgracia. Sin embargo mi cuerpo estaba muy golpeado y tras un día de trabajo mis jefes me dijeron que lo mejor era descansar. Desde casa seguí lo que pasaba en el evento, que se llevó a cabo, por fin, el día 18 de marzo.
Me encontraba aún en casa recuperándome el sábado 21, otro día fatídico, cuando recibí una llamada. En la función de un día antes en Tijuana, había tenido lugar un accidente en el que había fallecido Pedro. En ese momento ya nada pude hacer para evitar llorar. Un grande de la lucha libre, un buen compañero, alguien que siempre me trató con afecto y que frecuentemente me hacía reír, a quien yo respetaba y apreciaba, también se había ido. Todo en la misma semana.
Cuando regresé a trabajar el siguiente lunes me sentía moralmente abatido, pero trataba de ser fuerte. La siguiente función para la televisión, en San Luis Potosí, Auditorio Miguel Barragán, se aproximaba y el show tenía que continuar. En ese evento se realizó el homenaje al Hijo del Perro Aguayo y todos salimos al ring a recordarlo. Nunca olvidaré las lágrimas de algunos luchadores ahí. Cuando volvimos a vestidores alguien de quien no lo habría imaginado, La Parka, se acercó a donde yo estaba con mi cara triste, me abrazó y me dio un beso en la cabeza sin quitarse la máscara, diciéndome: “si quieres llorar, llora. Viviste cosas muy feas”. Le dije gracias, estoy bien, pero igual solté un par de lágrimas.
Y esa, amigos, fue la peor semana que he vivido en la lucha libre, entre el 16 y el 22 de marzo de 2015, cuyas secuelas no fueron fáciles de superar y cuyos hechos, obviamente, jamás olvidaré.
Sirva este texto para homenajear humildemente el trabajo y pasión de tantos años de Irma, y también para rendir tributo a todos aquellos que quizá el aficionado no reconoce, pero que trabajan día a día para hacer posible el mundo fantástico de la lucha libre. De la misma manera mi permanente tributo a Pedro, cuya voz sigo escuchando cada que pienso en él: “¿Y ahora qué voy a hacer, pinche Fonseca, como no soy de tus consentidos no me dices nada?”…
Cómo olvidar tantos momentos en las funciones, grabaciones, conferencias, donde ese Hijo del Perro Aguayo que era tan fiero en el ring se volvía un amigo, un compañero, alguien que te ponía de buen humor. Como esa vez que fui a la oficina de Los Perros a grabar con la pandilla y el equipo de iluminación derritió sus apagadores de luz. Lo tomaste con filosofía, Pedro, eras noble y tolerante.
Hay gente que pasa por la vida marcando a quienes les rodean y estas dos personas nunca serán olvidadas por quienes las conocimos. Irma Osorno y Pedro Aguayo Ramírez, se les quiere y recuerda.