Entre nudos y jalones: Al maestro, con cariño (parte 1)

Tuvo la lucha libre profesional mexicana la fortuna de contar con un admirador y amante, de figura quijotesca (decía en sus escritos el Dr. Rafael Olivera) y de admirable trayectoria. Su nombre, y lo escribo en mayúsculas, DON Héctor Valero Meré.

Héctor nació en la Ciudad de México, hacia mediados de los años ’30. Fue el menor de varios hijos del matrimonio formado por Doña María Luisa Meré Mancillas y Don Pablo Valero Miramontes. Había entre sus hermanos un boxeador que alcanzó la fama, Memo Valero, Campeón Nacional de Peso Pluma (si mal no recuerdo) y José Luis Valero, pluma especializada en boxeo.

En aquel entonces aquello del periodismo no obligaba a salir graduado en Ciencias de la Comunicación, igual lo hacían pero no era imperativo. De esta manera los Valero desempeñaban el periodismo deportivo, cada quien en su área.

Héctor, de muchacho, más por “desmadre” que por afición verdadera, incursionó en el boxeo aficionado bajo el seudónimo de Pipis Kid. Un par de pleitos y una nariz fracturada fueron razones suficiente para que el flacucho “Pipis” optara por el retiro y saliera directamente a Veracruz, a desempeñarse como perforador de pozos petroleros, actividad que lo mantuvo varios años en aquella entidad.

Harto de las constantes cantaletas de su madre, en el sentido que debía sentar cabeza,  volvió un día a la capital para casarse y formar una familia. Casi a la par, encontró trabajo bajo la tutela de Valente Pérez, editor cubano de revistas, que por aquel lejano 1964 era el jerarca de las publicaciones deportivas mas populares, entre las que destacaba la mítica Muscle Power y la también vetusta Lucha Libre. Digamos que este fue el primer contacto ya en forma de Valero con su eterno amor: la lucha libre.

Valente Pérez había sido un cotizado bailarín y tenía una activa vida entre Miami, Fl., y la Ciudad de México, así que con los años Valero se convirtió en ese editor en jefe ideal en quién descargar la responsabilidad de publicar la revista.

Valero se formó entre muchos otros periodistas destacados de la época, como lo fue el celebre Reportero Cor,  Leopoldo Meraz, de quien Héctor Valero contaba divertidisimas anécdotas. Allí, en aquella sala de redacción de la casa de Valente Pérez, una vez (platicaba Valero) caía una especie de diluvio. Los rayos tenían casi orinado y bajo la mesa a Leopoldo Meraz, que casi llorando suplicaba a Valente que dejara de maldecir al Creador por semejante aguacero. Valero incitaba al iracundo Valente a seguir profiriendo palabrotas mientras, a punto del desmayo, Meraz pedía llorando que cesara aquella barbaridad. Algunas otras veces Valero le daba “infierno” a Cor con culebras, ratas y cualquier cosa que le pareciera divertida. Cargadito cual puberto de secundaria, pues.

Un buen día Valente le confió a Valero una portada de la revista Lucha Libre, pues aquel, apresurado, debía irse a Miami. Valero eligió al Dr. Wagner y a su regreso, con números de venta a la baja, Pérez escribió CACA sobre la imagen de Wagner y castigó a Valero. Un mes sin viáticos en una especie de gira de la muerte a Guadalajara, Jal., para traer fotos de luchadores tapatíos.

Esta gráfica pertenece a la más icónica entrega de Premios que Héctor Valero Meré realizó, las famosas Noches de los Halcones. Corresponde al evento de 1984, y aparece premiando a Lizmark como Luchador más Popular.

Sin un quinto en la bolsa y regañado, salió mentando madres. Se instaló en un hotel de malísima muerte llamado”Pues”, que no era otra cosa que una galera con cortinas y camastros de resortes con sus respectivas pulgas. Fue en esa gira mortal que hizo enormes amigos para toda la vida, como fueron Tonina Harris, el que lo invitaba a almorzar a su casa, Pato Soria (papá de Shocker),  que le invitaba las jericallas y Renato Torres, el que “pichaba” las tortas ahogadas. Entre muchos entrañables más, aquellos siempre fueron sus inolvidables amigos de los tiempos malos.

Valente buscaba a aquel que personificaría a Mil Mascaras y Valero le informó que había visto a “N”, fisicoculturista que apenas hacia poco había resultado ganador del Mr. México y justamente así se eligió a Mil Máscaras, sin lugar a dudas la más grande leyenda viviente de la lucha libre mexicana. De igual manera Valero se “endiosó” de aquel jovencito Otto Van Zika, que años después personificaría a El Solitario, otro de los mas grandes ídolos de la lucha libre nacional. Y qué decir de su mega favorito, el morelense David “El Apolo” Curiel, de quien siempre habló maravillas.

Con Valente Pérez exigiendo, gritando, corrigiendo, pero más que eso, enseñando, Héctor Valero Meré se formó como la mejor pluma especializada en lucha libre. Y trabajó a su lado como editor de la revista Lucha Libre hasta inicios de los ’70,  fecha en que conoció y se relacionó con Anuar Maccise Dib, quien había sido mejor alumno del Prof. Carlos Hank González, por entonces gobernador del Estado de México. Maccise Dib dio a luz un poderoso imperio editorial en Toluca, Méx., y de allí nació la que sin lugar a dudas fue la mejor revista que ha tenido la lucha libre nacional: El Halcón; pero eso… lo contaremos la semana próxima. Por ahora váaaamonos!!

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